Recibo con pena la noticia de la muerte de Joaquín Herreros Robles en Santiago de Compostela, al tiempo que viene a mi memoria la “letra” de una conocida “sevillana” que canta así: “algo se muere en el alma cuando un amigo se va”.
Mi recuerdo vuela a la ciudad de Sevilla allá por los años sesenta cuando me incorporé a un pequeño equipo de profesionales para iniciar un proyecto social de gran envergadura, liderado por Joaquín, con el objetivo de llevar a cabo una extensa tarea de formación y capacitación de la gente del medio rural. Un proyecto que tuvo y sigue teniendo un gran impacto, por su metodología innovadora y activa, adecuada a las condiciones de las personas y del entorno y por su capacidad de propiciar un verdadero cambio social en la sociedad rural a través del protagonismo y la participación de los jóvenes, sus familias y otros profesionales del sector.
Tal vez todo esto suene ahora a cosa conocida o a un reto superado, pero hace 50 años resultaba algo enormemente innovador, al menos en nuestro mundo rural, bastante alejado entonces de iniciativas protagonizadas por la gente del campo, como se decía antes, acostumbrada por la inercia y la pasividad al paternalismo asistencialista.
Joaco, como le llamábamos familiarmente sus colaboradores, desplegó en la puesta en marcha de las Escuelas Familiares Agrarias, Centros de Promoción Rural y otras iniciativas que siguieron a estos primeros proyectos, su enorme capacidad de liderazgo, su brillante inteligencia, su inagotable capacidad de trabajo, su simpatía y sobre todo su humanidad que le permitía ser un líder en la expresión más genuina del término, para hacer realidad algo que era pequeño, incipiente, pero que él hacía ver a sus colaboradores como una idea plenamente lograda, infundiendo energía para combatir la sequía, la tormenta, el granizo, las plagas y tantas desventuras por las que hay que pasar para sacar adelante una institución y mucho más si es novedosa. Pero Joaquin era inasequible al desaliento, también porque era hombre de profundas convicciones religiosas y, como buen creyente, contaba con Dios y con su ayuda en todo lo que se proponía en servicio de los demás.
Joaquín había aprendido de San Josemaría Escrivá a poner a la persona en el centro de los procesos de desarrollo, a respetar su dignidad de criatura de Dios, a trabajar bien y con afán de servir a la sociedad, a respetar y fomentar la libertad de cada uno, a promover la responsabilidad para que todos trabajen por el bien común….No era un mensaje político, sino más bien los ejes en los que se vertebra la vida de un cristiano; unas “ideas madres” que inspiraron y alimentaron su quehacer y en consecuencia estos proyectos concretos.
Recuerdo una de nuestras primeras conversaciones en las que quiso referirme con detalle los inicios de esta aventura. Había viajado por varios países de Europa (Alemania, Italia, Francia) para conocer iniciativas de formación en el ámbito rural; en España ciertamente no había muchas en esos años. Se detuvo en Francia para conocer una que ya contaba con solera, pues había nacido hacia 1935 y estaba implantada en muchas regiones agrícolas que presentaban un fuerte desarrollo profesional y social: La Maison Familiale Rural (MFR).
Me refirió que al terminar ese periplo y tener más definido su proyecto, tuvo ocasión de encontrarse con San Josemaría que le animó a proseguir en ese intento, recordándole que ya en los primeros años del Opus Dei él soñaba con que fieles de la Prelatura dedicarían sus esfuerzos profesionales a trabajar en iniciativas sociales de todo tipo, tan diversas y plurales como la creatividad y la libertad de cada uno fueran capaces de dar vida.
En esas palabras Joaquín entendió que su trabajo debería abrir también un surco ancho y profundo para que muchos de los participantes de este proyecto pudieran encontrar a Dios en su vida corriente, abriendo horizontes de vida cristiana a muchos hombres y mujeres del campo.
Recuerdo también su capacidad de persuasión para lograr los objetivos que se proponía.
En los primeros meses de mi aventura profesional, acababa de cerrar otros compromisos profesionales, me sugirió viajar a Francia para conocer a fondo la experiencia pedagógica, la metodología de la iniciativa francesa, y en particular el papel que las mujeres tenían en la sociedad rural. Si vas a tener que formar a otros, tienes que conocer y vivir la experiencia. No se forma con la teoría solamente, se forma con la vida, que en el campo cuenta mucho, me dijo con estas o similares palabras. Y tuvo el detalle de sugerirme que regresara con un regalo para mi familia. Joaquín era capaz de estar en los grandes asuntos y en los pequeños detalles.
A mi regreso, le conté muchas cosas de mis visitas a Centros rurales de distintas regiones francesas (Languedoc, Poitou-Charentes, Normandie, etc), de la generosa acogida y apertura de sus responsables que me facilitaron el conocimiento directo de sus centros, material y bibliografía, etc. Joaquín había viajado un tiempo antes y su personalidad había causado un gran impacto en los responsables franceses a nivel nacional. Así que a mí se me abrieron las puertas.
En particular le referí a Joaco lo que más me había llamado la atención en ese viaje: en las regiones donde estos centros franceses llevaban años de experiencia trabajando en una zona rural, se habían producido cambios sociales significativos: los jóvenes formados en esos centros no emigraban a las ciudades, se quedaban en sus explotaciones agrícolas a las que mejoraban con nuevas técnicas y emprendimientos. Otros antiguos alumnos no se dedicaron a la agricultura en particular, pero la formación recibida en la MFR, les había ilusionado y motivado por mejorar su ámbito social, y ahora algunos eran gerentes de cooperativas, periodistas de la sección agrícola en un periódico local o regional, concejales o alcaldes de sus Ayuntamientos, comerciantes de productos fito-sanitarios, o formadores y formadoras en otros centros rurales. Las mujeres eran protagonistas activas en la vida de sus pueblos.
La formación recibida en conexión con la realidad y sus problemas, en alternancia con el centro docente, el nuevo estilo y la metodología participativa, habían abierto un mundo de posibilidades a mucha gente que en tareas sencillas o en puestos de responsabilidad trabajaban por mejorar su entorno y la vida de su gente.
Joaquín me dijo, más o menos: “me alegra que hayas visto el impacto social de este proyecto, porque con ese enfoque, con las características propias de nuestra sociedad y entorno, vamos a trabajar para lograr que en el campo no haya ciudadanos de segunda categoría, sino personas libres capaces de ser protagonistas, cada uno, de su propia historia”.
Al recordar de nuevo la “letra” de la “sevillana del amigo”, me doy cuenta de que cuando un amigo se va no se muere nada en el alma, más bien renace algo que hoy quiero expresar en estas líneas: el agradecimiento a una persona singular que gastó su vida en servicio de los demás.
Agradecimiento es el sentimiento que tendrán ahora cuantos le trataron y conocieron a la largo y ancho de la geografía española y en otras partes del mundo, porque Joaquín fue un líder generoso e itinerante que promovió este proyecto en muchas zonas rurales de España, de Portugal, de Filipinas y de tantos otros lugares donde colaboró para dar vida a estos proyectos o fortalecer los que ya existían.
Dios habrá premiado su vida generosa en servicio de los demás.
Teresa María Pérez Payán
Miembro de la directiva de UNEFA hasta 1992.
Dejamos unos enlaces de dos artículos sobre Joaquín Herreros Robles, fallecido en el mes de diciembre de 2016, uno publicado en ABC y otro en el periódico local “En Compostela”.